De aguamarina y oro se vistió Raquel Martín para hacer historia, para ser la primera mujer de luces y pie que hace el paseíllo en la centenaria La Glorieta. Una fecha para la historia, donde no pintó espadas, y ni el viento ni el ganado estuvieron del lado que merecía la tarde. Una tarde que se convirtió en valor, coraje, entrega y raza innata, que solo los elegidos tienen. El primero de su lote, Botellero, negro de capa y de 39 arrobas, parecía un presagio de lo que sería una lidia complicada. Desde su salida, mostró señales de su mansedumbre: querenciado, distraído, y con una notable falta de fijeza. Buscaba la puerta de chiqueros, evitaba el enfrentamiento, y se dejó en la suerte de varas. En banderillas, tras el segundo par, el manso abrió la boca, volviéndose gazapón, y convirtiéndose en un desafío constante.
A ello se sumó el peor compañero para una tarde así: el aire. El viento se convirtió en el invisible y traicionero protagonista que transforma la muleta en una trampa, exponiendo una y otra vez a Raquel a los peligros de los pitones. Pero en lugar de retroceder, la enrazada novillera decidió enfrentar la tempestad con arrojo y temple, arrancando los primeros “olés” de un público que reconoció su valentía y entrega.
La faena no fue fácil. Comenzó con verónicas de compromiso, lidiando más con el aire que con el propio toro que jamás quiso humillar. La primera tanda, con la derecha, fue un intento constante por fijar al toro, pero el viento quería ser el protagonista en tan señalada cita. Un peligro cierto a medida que la faena avanzaba. En la tercera tanda, los naturales con la izquierda fueron un desafío en sí mismos: el viento y la mansedumbre del toro la dejaban expuesta, y en más de una ocasión estuvo a merced de los astifinos pitones, propinándole varios sustos que encogieron el alma de quienes se arrecían en el tendido.
Pero llego la cuarta… y Raquel sacó lo mejor de su toreo. Con la izquierda, logró cuajar cinco naturales profundos, templados, de quietud y verticalidad, de esos que arrancan el alma a la arena. Sublime instante que paro el reloj y dejó momentos eternos vaciándose por completo. Una serie, coronada con el de pecho que trajo el toreo en estado puro, el que cala hondo, el que deja huella en la memoria.
Con el cuarto toro, el segundo de su lote, parecía ser… Se le barruntaba buen tranco, pero la suerte caprichosa quiso que pintaran bastos. El toro, al derrotar en tablas, se partió el pitón, y tuvo que salir el cuarto bis. De nombre Bravo, pero solo de nombre y de nobleza ausente, se convirtió en el más difícil de la tarde. Con 470 kilos de mansedumbre, todo lo tuvo que hacer Raquel. Y lo hizo. En las tablas, frente al tendido 2, arrancando dos tandas meritorias, de raza, acorralando al de Palla para que no escapara y exponiéndose a cuerpo limpio en un desplante que cerro faena y que fue reconocida por el respetable.
Y así tercio la historia, con Saludos al tercio en el primero y Ovación y Vuelta al ruedo con fuerte petición de oreja en el segundo toro, en una tarde donde en el despeje de plaza no sonaron los clarines.
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