JotaeMeGE

Mi querida supernova

 

Hubo un tiempo que en bachiller los profesores de las distintas materias se encontraban enfrentados por la importancia de su asignatura. Los físicos despreciaban a los químicos por creer que el principio de todo estaba en la energía, es decir, en la física. Los químicos defendían su materia por creer que en el fondo todo era química. Y los matemáticos se ufanaban porque establecían las leyes de unos y de otros. Los profesores de francés o inglés se enfrentaban a los de español entendiendo que los idiomas abrían las puertas al mundo; mientras que los de español defendían la personalidad patria que dotaba a los buenos hablantes hispanos. Incluso –aún hoy se hace– aseguraban que el mejor español se hablaba en Valladolid o en Toledo sin definir qué entendían por eso del mejor español. Si bien quien más me sorprendía en estas discusiones y enfrentamientos, cuya sangre no llegaba nunca al Tormes, era mi diminuto profesor de filosofía en una materia concreta quien se levantaba sobre sus calzas, ponía cara trascendente y nos soltaba: “Hablemos pues de Demócrito, quien habló por primera vez la palabra “átomo”, o séase, “indivisible”, del griego el prefijo “a-” que indica privación de algo y “tomos” que es una parte de un todo. Ténganlo presente. Un filósofo de la antigüedad fue el que descubrió el átomo, no con microscopios, sino por pura deducción intelectual”. Tras estas palabras, dedicadas subrepticiamente sin duda a la profesora de Física y Química pretendían hacernos entender la importancia de la Filosofía.

Y menudo fiasco introdujo Demócrito en su filosofía. Desde el siglo XIX lo que definió como átomo (indivisible) se ha ido dividiendo sin que aún no se haya llegado al final. Las últimas piezas de ese puzle andan por las “cuerdas”. Ya no bossones o muones o protones o electrones: cuerdas. Tal vez alguien descubra pronto que las cuerdas pueden descomponerse a su vez en otras energías autónomas. ¡Vaya con mi profe de Filosofía y Demócrito! ¿Se seguirá peleando con los Físicos y Químicos? Tal vez, después de tantos años, mi profesor no sea más que física y química: “Pulvis es et in pulverem reverteris” que decían los curas. Polvo eres y al polvo volverás.

Y es que es así, al final no seremos más que Física y Química desparramada, quiero decir las parte de la materia de que nos componemos. Y, como ya creo haber dicho y si no lo diré en algún artículo, nosotros, de tejas abajo, presumimos de apellidos, de prosapia de nuestros orígenes: que vengo de los árabes, que vengo de los vascos, que vengo de los judíos,…; por los apellidos principalmente.

Pues fíjate qué cosas más extrañas, tal vez yo, es decir, mi cuerpo tenga sus orígenes en miles de millones de años, de los restos de alguna supernova que sin intermitente ni claxon, chocó con nuestra galaxia aún por formar y desparramó su energía (sus átomos por hacer honor a Demócrito) contra el sol, contra algún meteorito que formó después parte de la tierra, violentamente, con una potencia energética muy superior a los rayos de Júpiter tonante. Y algunas minúsculas partes, sin duda, habitan mi cuerpo, soy parte de fuerzas siderales insólitas y lejanas. ¡Jo, qué honor!

Venimos, pues, de la violencia de la fusión o de la fisión, una violencia extraordinaria manipulable por el hombre, descubierta por él –que no inventada– y a la que teme más que a su muerte, que no deja de ser una fisión de lo que estaba fusionado: “Pulvis eris…”. Si somos hijos de la violencia extrema, bienaventurados los que han aprendido a controlarla, es decir, nosotros mismos, los que sentimos empatía con las demás personas, cuya existencia se basa en la violencia de las energías que nos componen y de las que venimos. No sé si sentirme orgulloso de mi procedencia cósmica. Bueno, lo mejor es seguir pasando sin pensar demasiado ni siquiera en Demócrito, ni en mi querido profesor de Filosofía, ni en la supernova de mi origen, ni en mis apellidos.

 

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