Sin salir de la habitación
¡Qué lista es la naturaleza, qué listos los animales! Con cuánta frecuencia oímos estas expresiones admirados de los colores de una flor, de la forma de una roca, de la pirueta de un animal. Y en realidad es el ser humano quien interpreta esa naturaleza. Sin sus ojos, sin sus oídos, sin su olfato, sin su inteligencia, en definitiva, no serían más que átomos –o cuerdas si atendemos a las últimas interpretaciones físicas de la naturaleza–, átomos sacudiéndose unos a otros para dejar su habitáculo o para invadirlo como un ocupa.
Sin embargo, ¡qué listo es el ser humano! Os juro que cada día que me levanto no puedo por menos de admirarme de lo que veo a mi alrededor y que ha construido este homínido evolucionado: millones, billones de objetos funcionales a nuestro servicio inventados por él. Y no me refiero precisamente a los grandes inventos: aviones, televisores, móviles, robots y tantos otros objetos complejos; no, no, me refiero a pequeñas cosas a las que difícilmente prestamos nuestra atención y que el concurso del ser humano inventó y perfeccionó a pesar de su función inapreciable en nuestras vidas.
Miro la puerta de mmi habitación al levantarme, encajada en su marco con absoluta perfección para permanecer cerrada sin que entre luz ni frío. Observo los ingletes, encajados también a la perfección. Quien no haya intentado ingletar dos maderas, no sabe lo difícil que es dejarlas bien escuadradas, a cartabón o escuadra, con un serrucho que se cimbrea al cortar, con una madera incapaz de permanecer inmóvil, con la textura cambiante de la misma madera. Mi puerta, a pesar de la dificultad, está perfectamente ingletada. Ya sé que estarás pensando: “Claro, está hecha con máquinas”. Sí, y anteriormente se sujetaba con gatos la madera y existían ingletadoras hechas por el mismo carpintero. Pero esos gatos que amordazan la madera hasta inmovilizarla absolutamente consta al menos de cuatro piezas ideadas para su mejor funcionamiento: una en ángulo recto, otra móvil por el mástil de la anterior, un tornillo y una manilla con que atornillar, inventos todos de los antecesores de esas máquinas modernas. Posiblemente el tornillo –gran invento donde los haya– ha sido posterior, y que la madera corredera se accionase con la mano y se sujetara con una cuña.
Alguien venció las dificultades iniciales con una ingletadora que constaba simplemente de tres tablas en forma de canal y unos cortes en la parte superior por donde entraba la sierra para cortar a bisel la madera introducida dentro del canal. Una idea magnífica. Hoy en día, las máquinas ingletadoras son dirigidas, robóticas, manejadas con ordenadores. Y no entremos en describir ni el robot ni el ordenador auxiliares, porque nos perderíamos en el tiempo y en el espacio.
Me fijo en las tres bisagras. ¡Con qué soltura y perfección hacen girar la puerta! En un principio, que ya es un gran invento, se agujereaba una piedra donde encajaba un pernio de madera que sujetaba la puerta en vertical y permitía su giro. Vendrían después argollas metálicas incrustadas en la pared y pernios de hierro. Más tarde ese capuchoncito actual donde entra el pernio. Y alguien, un inventor o varios, propusieron una arandela que facilitara el giro y a su vez pudiera corregir fallos. ¡Una simple arandela! Y la grasa o aceite que disminuyera el roce también resultó un extraordinario descubrimiento.
¿Y la cerradura para mantener la puerta cerrada? ¿Y el pestillo? ¡A qué sofisticación se ha llegado! Con qué facilidad cerramos y abrimos la puerta con manillas de diseño. Atrás quedó la fuerza bruta, la tranca con que atrancar la puerta, el candado con que candarla, el cerrojo con que cerrarla. No hablemos de la complicación a que han llegado las antes llamadas “claves”, de donde procede la palabra llave, para dificultar su apertura, o mejor aún, para individualizarla y que solo el poseedor de ese pequeño dispositivo tenga la posibilidad de cerrar y abrir la puerta. Y últimamente la apertura con mando a distancia o la automática por aproximación. Accciones mágicas que han sustituido a las llaves. ¡De delirio! Se podría escribir una enciclopedia sobre los cerramientos de las puertas. Y ahí está, sin darse importancia, a mi pleno servicio. Años y años de evolución y esfuerzo de los seres humanos para perfeccionarlos, una simple puerta de madera.
Oímos a veces de lo complejo que es nuestro cuerpo simplemente para poner el pie en el suelo desde nuestra cama. Y lo es, pero la naturaleza ha empleado siglos y siglos para llegar hasta ahí. Al hombre le han bastado con unos milenios para llegar al momento actual y en esta actualidad en que vivimos los avances se multiplican progresivamente, con pequeños inventos que se van sumando unos a otros hasta llegar a la casi perfección. ¿De cuántas piezas consta un coche y cómo cada una tiene su función y fue diseñada por la inteligencia humana?
Podríamos seguir hablando de la puerta: su ensamblado, su cepillado, su lijado, su pintura,… Pero lo dejaremos aquí para no cansar.
Cada cosa de nuestras casas, de nuestras calles tienen un motivo para admirarnos del ser humano. Y más que nada de esos pequeños detalles como pueden ser las arandelas de las bisagras, o el tapón de una botella, o los tornillos de estrella, o tantas otras.
Tampoco es cuestión de ponerse a analizar cada mañana al levantarnos todo cuanto pueda admirarnos de la pericia del ser humano. El ser humano ha cambiado y en sus millones de millones de objetos podemos comprobarlo. No todo para bien, sin duda. Los artefactos bélicos o los ideados para matar también desgraciadamente han evolucionados y son admirables en cuanto a su diseño y funcionamiento. Así somos de contradictorios, pero admirables hasta en eso.
Hoy me he mirado al espejo y me he dado las gracias como un representante de este ente incomprensible que habita la tierra y tal vez otros lugares con nuevas y mejores cosas de las que admirarse. ¡Ahí queda eso! ¡Para que luego alguien diga que no hemos cambiado nada, que seguimos igual que siempre! ¡Quiá!
JotaeMeGe
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