El Cenicero, vida y muerte
Los ceniceros están en vías de extinción sin que nadie ponga remedio o clame por su protección. Las mesas de los bares ya no disponen de él, lógicamente. Ni tampoco las de nuestros salones. Según las teorías de Darwin el desuso atrofia el miembro. Cierto es que el número de fumadores ha descendido en las últimas dos décadas. En España ha pasado de un 32% al 22%. No así la venta de tabaco que parece haber incrementado un 4% y la recaudación de Hacienda ha ascendido al doble. La extinción de los ceniceros más que por estas cifras viene sin duda por la prohibición de fumar en los interiores de lugares públicos y sus circunstancias.
Había llegado el arte ceniceril a cotas de elevada sutileza, me atrevería a decir de belleza, si no estuviera atento algún crítico de arte. Tal es así que los países turísticos dejaban la impronta de sus costumbres, sus monumentos, sus celebridades en el interior de los mismos como suvenir para sus visitantes. Tenía yo ceniceros de países hispanoamericanos, con figuras esmaltadas que emulaban serpientes, aves, animales, personas de una belleza extraordinaria y que por no profanarlos con las colillas, permanecieron inmaculados encima de la mesa del salón, o en un taquillón como adorno para terminar como depósito de llaves y monedas descargadas de nuestros repletos bolsillos y que ocultaban el esplendor de sus esmaltes. Este fue el principio de su fin. Hoy no sé donde paran. Posiblemente se convirtieron en plato debajo de una maceta, hasta que la humedad descascarilló el esmalte, cuarteó la cerámica y terminó en el cubo de la basura.
Tuve también un utensilio, que era la sinrazón de la sinrazón quijotesca, porque sin ser cenicero ni sus fabricantes hubieran pensado en ello, se convirtió en el compañero de fiestas, de reuniones, de claustros escolares que, como un plato para desperdicios de la comida, se colocaba en el centro de la mesa. Era aquel ladrillo cristalino o pavés, nacido para dejar pasar la luz a través de los muros, pero que en muchos casos y lugares se convirtió en cenicero al por mayor, cuyo interior se colmaba de colillas en montaña hasta alturas inusitadas. Y allí se dejaban tras las reuniones, perfumando el ambiente, desempeñando su trabajo más horas de las que le hubieran correspondido con un buen convenio laboral, hasta que los encargados de la limpieza los vaciaban, dejándolos útiles para otra sesión.
Hubo –y aún se venden como reliquia– ceniceros con tapadera para evitar los olores, incluso con agua en su interior. Los había con un botón en el centro que al presionar se abrían tres o cuatro láminas metálicas, que hacían de tapadera, y dejaban colar la colilla. Al levantar el dedo, volvía a cerrarse automáticamente, dejando supuestamente el olor en su interior. Otros apenas si abultaban lo que un pastillero portátil que al pulsar un mecanismo se abría y desplegaba un posa-
Por cierto, hoy en día, se están imponiendo en algunas ciudades unos ceniceros callejeros verticales, estrechos, en lugares insólitos cuya función parece ser acumular colillas a su alrededor y en el suelo, porque lo que se dice en su interior… En la calle lo más frecuente es encontrar a la puerta de ciertos establecimientos a empleados que apoyados en la pared disfrutan de sus cigarrillos sin importarles no disponer de cenicero y posiblemente haya quien desconozca ese artefacto por falta de uso. Las colillas se acumulan en el suelo denunciando al fumador como una pintada en un muro: aquí estuve fumando yo.
El cenicero, en cualquier caso, está en vías de extinción y con su extinción un ambiente más saneado. Sí, en eso se ha ganado: las prohibiciones han hecho que fumar ya no sea elegante, los fumadores son considerados apestados y molestos, sin necesidad de ceniceros. Se les ha ido ganando terreno poco a poco y buen número de ellos han dejado de fumar por aburrimiento o por convencimiento. También por la subida de su precio que a su vez, como dejo dicho más arriba, repercute en la recaudación de Hacienda. No nos quejemos por eso. Habrá que considerarlo a beneficio de los gastos que producen los fumadores en los hospitales.
Sea como fuere, es el caso que los ceniceros están desapareciendo con más rapidez que los fumadores. En fin, y a lo que vamos, que los ceniceros por ser un artefacto de interior está pasando a mejor vida silenciosamente, sin quejarse por ocupar trabajos para los que no fue entrenado, cuando no en la basura algún día de zafarrancho, o, si su estética lo reclama, en algún rincón de la casa, esperando otro uso futuro distinto para el que nació. ¡Cuánto esfuerzo de creatividad y diseño desperdiciado! No faltará coleccionista que almacene en algún lugar de su casa cientos de ellos, o tal vez en alguna tabacalera o raro museo se exhiban de momento como parte de nuestra historia y el día en que desaparezca el hábito de fumar, tal vez como trofeo.
Por descuido o por falta de reflexión encontramos en muchos textos, incluso científicos, que “el tabaco mata” –eslogan publicitario digno de un análisis lingüístico por su imprecisión, que no aclararemos, por supuesto. Y al leer esta frase, me imagino un cigarro puro dentro del cañón de una escopeta que al disparar se incrusta en el corazón de alguien. No es el tabaco el que produce enfermedades mortales, sino fumarlo, aspirar el humo que se produce al prenderlo. Menos mal que a nadie se le ha ocurrido manifestar, de momento, que los ceniceros también matan ,porque contienen tabaco de desecho o colillas encendidas, si no, a su ya corta existencia, se le añadiría el baldón de llevar una etiqueta que le anunciara como asesino. ¡Han tenido suerte hasta ahora! Tanta como los encarcelados en algún armario oscuro o soportando el húmedo peso de un tiesto o abrazando protector las llaves y monedas, haciendo de nanny vacíabolsillos… De presidir el centro de las mesas, de todas las mesas, ha caído en oficios degradantes por los que lloran desconsolados, no solo ellos, sino también sus creadores.
¡Sic transit gloria mundi!
NOTA DEL AUTOR: No soy fumador, ni defiendo esa práctica. Simplemente he observado los ceniceros que aún quedan en mi casa y he sentido nostalgia por ellos y sus creadores. Vale.
JotaeMeGe
Escríbenos