De trazo breve y emociones eternas

AUNQUE TÚ NO LOS VEAS

 

El frío va y viene orillando las fronteras del alba. Al hombre le brilla la barba incrustada de rocío mientras intenta cubrirse con una manta raída. A su lado resuenan pasos, zancadas, tropiezos de otras vidas. Antes de incorporarse a esa pesadilla de Babel desordenada, sentado sobre pavimento de cartón y amarilla la sonrisa, mastica pan sin dientes y sin prisa. Ayer tuvo peor suerte que su compañero de fatigas, que al anochecer consiguió acampar en casa de la riqueza, dentro de un cajero con vistas, que abrirá antes de que los asalariados de la opulencia vengan a desalojarle. A media mañana, a cuestas con su pobreza, ambos vagarán estación tras estación, de Vivaldi y suburbana, a través de esas entrañas con luz de invernadero, invisibles a los ojos de todo el universo. El pitillo compulsivo, Baco encerrado en un tetrabrik, algún caldo para lavar las tripas y vuelta al torno de la calle. Disfrazados de olvido, mugre y desesperación, ningún “alguien” de conciencia domeñada reparará en los “nadie” de un cuarto mundo incrustado en el primero. Ese primer mundo que proporciona caridad global y mendacidad solidaria, que reparte las migajas que distrae del diezmo a los pudientes, cuyos potentes cañones de luz son incapaces de iluminar todas las lóbregas esquinas, no suele procurar mano amiga a quien tendido yace derrotado. Pero ellos están más allá del fracaso, caminantes sin destino, equilibristas del vacío, andarines de sendas asfaltadas, almas en el laberinto. Ellos son nosotros, pero aún no lo sabemos.

 

José Luis Logar