De trazo breve y emociones eternas

La espera

 

Después de mucho tiempo aguardando en la fila para la recogida de alimentos, el hombre enjuto y con la mirada de haber vivido varias vidas consiguió acceder al interior del local. Al menos todavía diez personas le precedían, pero los miembros de Cruz Roja se afanaban por organizar con cierta eficacia y rapidez el reparto de comida  suministrada por el banco de alimentos. Se fijó especialmente en aquella voluntaria de mediana edad, que conocía de otras veces y a la que había oído que llamaban Espe, de Esperanza dedujo. Esperanza introducía meticulosamente en cada bolsa el mismo número de paquetes de comida mientras susurraba. “Lo mismo para todos”. Ese pequeño ejército humanitario y unido por vínculos intangibles de entrega a los demás, siempre le conmovía. En la calle hasta el amigo invisible era un enemigo. No pudo por menos que esbozar una sonrisa ante esa reflexión. En un momento dado se produjo un pequeño conato de reyerta entre dos contendientes, uno de ellos extranjero, por ver quién se apropiaba primero de su pequeño fardo de supervivencia. Inmediatamente intervino para terciar otro voluntario que de manera equitativa resolvió el incidente dándoles los alimentos a la vez. Un murmullo de aprobación por la neutralidad mostrada, recorrió la fila de los más pacientes. En la calle la ecuación resultante hubiese arrojado un cociente de golpes con daños propios y a terceros.

 

Siempre era igual, una rutina infalible con su propia liturgia, algún empujón, breves e imperceptibles codazos, asedio, tensión puntual y al final Esperanza o alguno de sus compañeros rindiendo el castillo en medio de un mantra de cabizbajos agradecimientos. Sin embargo ese día el tipo que tenía delante, tan castigado por el destino como él, interpeló a la mujer y lanzó una diatriba en voz alta. “A ver si le pedís al gobierno más personal, que llevamos dos horas esperando en la cola”. Esperanza no perdió la compostura y le contestó. “¿A qué gobierno te refieres, porque desde 1864 esto es la República Independiente del Te Ayudo Desinteresadamente? Ni siquiera la miró con hosquedad, seguramente porque su premura vital no le había permitido captar la ironía y salió de allí sin despedirse. Cuando llegó su turno, el hombre se acercó a Esperanza y al recoger su bolsa de comida en señal de agradecimiento y como queriendo hacerlo colectivo le musitó: “eres lo último que se pierde”.

 

José Luis Logar