Mater amantísima
Mi madre siempre fue una mujer valiente. Supo que se había equivocado casi desde el “sí, quiero”. Su arrojo conseguía que los golpes solo la alcanzasen a ella, mientras nosotros invariablemente nos refugiábamos al otro lado de la frontera de su cuerpo. El gesto de su rostro se llamaba determinación y navegó durante años entre injurias, celos, amenazas y desprecios con la fuerza de quien sabe que ha llegado el momento, pero en realidad el momento no llega nunca.
Cuando finalmente se quitó la máscara de la resignación, emergió la mujer a la que nunca el ultraje pudo someter. Y todo acabó de forma abrupta, entre gritos y advertencias. Mi madre nunca supo del personaje de Santiago Nasar, ni de la novela de García Márquez, ni del presagio de un lunes aciago.
Ahora, hoy, es lunes. Su habitación amanece desordenada. La cama deshecha, habitada solo por quien fue ella. El papel arrugado en su mano palidece a la par que ese cuerpo que tantas veces nos había salvado, como una manzana que se oxida al poco de ser cortada. Entre sus pliegues, asoman tres cifras de caligrafía temblorosa. Desde el teléfono manchado de púrpura, insiste una voz preocupada. Pero ya no hay respuesta para el 016.
José Luis Logar
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