LA MIRADA DEL OTRO
Llamo su atención en el espejo, pero desde el otro lado él me ignora. Ya ni siquiera hacemos lo mismo. Él sonríe, yo no. Se rasca, yo le hago muecas. No es que no estemos sincronizados, es que somos dos personas diferentes. Se atusa el pelo y se va. Me he vuelto a quedar solo. Ya no sé si soy yo o mi propio y pálido reflejo. Mi madre acaba de llamar a la puerta del cuarto de baño. Le he dicho que estoy bien y que enseguida voy. Me angustia volver a tener que dar explicaciones.
Salgo de casa sin despedirme, cierro la puerta aliviado y espero a que llegue el ascensor. De repente vuelvo a desdoblarme y en otra nueva secuencia de mi vida, hay un fundido a negro.
El espejo del ascensor está roto. Se aprecia nítido el golpe, como un cometa cuya estela ensangrentada desciende hasta el suelo. La mujer, horrorizada, mira al hombre agachado que reconforta mi ahogo mientras me susurra: “Tranquilo, solo es un ataque de ansiedad”. Tengo cortes en los nudillos y las manos llenas de sangre. Desde el caleidoscopio en el que se ha convertido la luna del ascensor, él se ríe. Diferentes ángulos, diferentes imágenes, pero la misma suficiencia. Tengo que resignarme, o respeto mi contrato con el aripiprazol o nunca podré dejar de ver por todas partes, a ese tipo que me persigue y se burla de mí.
José Luis Logar
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