De trazo breve y emociones eternas

BEZOS PARA TODOS

En la madrugada del 24 de diciembre, Rodolfo estaba vigilante al final del callejón por si alguien aparecía poder dar la voz de alarma. Trueno, sentado sobre sus patas traseras, se lamía la zanca delantera izquierda, aquejado de un doloroso tirón muscular. El resto dormitaban cansados. La atronadora voz de Claus resonaba por toda la calleja mientras hablaba por una suerte de smartphone que debía tener más de 2.000 años.

— ¿Melchor? ¿Me oyes? ¿Cómo van los pedidos?

Su interlocutor le respondió con la voz entrecortada por la distancia y la poca cobertura que había en Oriente.

—Bien, Santa. Los chicos están cansados, pero cumpliremos con todas las peticiones.

— ¿Y vosotros?

—Agobiados. No hay ni rastro de nieve por aquí y el trineo cruje como una vieja mecedora. Además, cada vez construyen peores chimeneas o las están sustituyendo por bombas de calor.

 

En efecto, el invierno en algunas partes de Europa parecía asemejarse cada vez más a la primavera del resto del mundo.

— ¿Algún incidente reseñable, Santa?

—Ya sabes, el intrusismo de los últimos años. Ese ejército de repartidores con cajitas marrones de cartón de todos los tamaños pintadas con una estúpida sonrisa azul.

—Tranquilo, la globalización nunca podrá con nuestra magia—, le aquietó Melchor.

—Bueno, por si acaso me he plantado delante de ellos y les he dicho: “Oh, Oh, Oh, Esta Navidad, muchos Bezos para todos…Y en especial para Jeff”. ¡Casi se mueren del susto!

 

La carcajada de Melchor se coló por los altavoces con tal virulencia que los renos se despertaron al unísono. Después la comunicación se cortó. Quedaban todavía muchas ilusiones por repartir.

José Luis Logar