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Capricho árabe

 

A las puertas del Alcázar

trabajaba un albañil

limpiando los albañales

por orden del alguacil.       

En su cintura un alfanje

Montado en fino alazán,

apareció un caballero,

en su brazo un alcotán.

El jinete de alta alcurnia

se dirigió al alarife:

pregunto por la alquería

de mi primo el gran jerife.

Siga usted por el camino,

verá una almunia regada

junto a un campo de algarrobas

de más de media yugada.

Pregunte a los segadores

que están tirando de hoz;

a esa zona la llamamos

de la ciudad el alfoz.

Pérdida no tiene mucha,

siga usted junto a la cerca

y dará con una alberca;

cuando llegue la rodea

y ya verá la alquería

junto a una aldea de tres casas

tornada en alberguería.

El primo desde el alféizar,

al otro reconoció,

se encaminó a la alacena

y la cena ordenó.

Con el agua del aljibe

la jofaina le entregara

para que el duro viaje

en su cuerpo refrescará.

Junto a un té con albahaca,

se sentaron en la alfombra,

jugaron un ajedrez

relajados a la sombra.

Cenaron varios manjares,

alcachofas, berenjenas,

buen cordero, ricos dulces,

negra miel de las colmenas.

Al día siguiente saldrían

montando los alazanes,

bordeando la albufera

a probar los alcotanes.

Cetreros, donde las aves

demuestran su fiel destreza

y toda su habilidad

hasta conseguir la pieza.

Con estos ripios sencillos

he querido recordar

que palabras tan hermosas

no se deben olvidar.

Son vocablos que provienen

del árabe y su lenguaje:

alhelíes, azucenas,

vaya mi humilde homenaje,

algarabía y alarde,

palabras llenas de vida

en un cenit donde orbitan

el soneto y la casida.

 

Abelardo Grande